"Quisiera devorarte todo, para así siempre llevarte conmigo a donde vaya" - escribí orgullosa (por lo ingenioso) de mi "poema en una sola línea" (aunque veo que aquí es más de una línea) para mi amado.
Lo releo y me doy cuenta de algo, un pequeño detalle fisiológico (por así llamarlo): si lo devoro todo, y siendo tan humana como soy (muy a mi pesar, siendo honesta), en algún momento vendrá la digestión, y en algún momento posterior a éste tendré que defecar lo que he comido; ergo, ya no estará dentro de mi, ergo ya no será mío (y peor aún: ¡lo habré convertido en mierda! - disculpando lo escatológico del término).
Entonces, ¿qué sentido tendría devorarlo, si nunca será mío, si nunca estará conmigo para siempre como en los cuentos ("... and they live happily ever after")?
Renuncio a mi aviesa intención. No lo devoraré. Sólo sería una pérdida de tiempo. Una empresa destinada a fracasar; porque nada, nada ni nadie será nunca nuestro. De hecho, no deberían serlo.
No, querido tú; no soy "tu" Eve. Ni siquiera lo soy del hombre que amo. Porque yo, yo sólo me pertenezco a mí misma, y soy yo quien decide con quién compartirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario